Manuela Rosas de Terrero


Ella sobrellevó la forzosa soltería en la corte palermitana:
su vida pública se deslizaba entre la diplomacia y la sangre.
En 1852 se rebeló. La voluntaria soledad del padre,
empecinada en provocarle sentimientos de culpa,
no empañó la felicidad de su largo matrimonio.
Tampoco enfrió su amor filial.
El testarudo restaurador de las leyes
[1] murió en sus brazos.



En mayo de 1817 llegó al mundo el segundo vástago del matrimonio Rosas- Ezcurra: Manuelita.

Una niña que se crió según los dictados de la época, pero con la desventaja de un padre absorbido por las tareas rurales o por la política, y de una madre que no tomó en cuenta a sus hijos, ni a otra cosa que no fuera su actividad proselitista a favor del marido.

Manuelita, quien no poseía el carácter vehemente de su madre ni la frialdad ejecutiva de su padre, vivió en las sombras, hasta que Encarnación y Juan Manuel, preocupados por ganar las simpatías de los sectores humildes, decidieron sacarla del anonimato para que los representar en fiestas y candombes.

Manuela fue un y otra vez, y continua siéndolo, una caja de sorpresas.

Hacia 1838, era una adolescente hueca y frívola, con escasos rudimentos de escolaridad, y, unos años después se convirtió en una experta en política exterior.

Es curioso que el padre haya relegado de toda función a su hijo varón. Quizá esto pueda explicarse por la omnipotencia que demostraron las mujeres que conformaron y entorno; su madre doña Agustina, su esposa Encarnación.

En definitiva su auxiliar política fue “la niña”, quien se desempeñó como encargada de las relaciones públicas y diplomáticas.

No obstante que siempre desarrolló sus funciones bajo la dirección de su padre, ella supo imprimirles su impronta. Se destacó por su carácter bondadoso. Quienes hemos tenido la oportunidad de leer la correspondencia de la secretaria de Rosas, sabemos que esta mujer recibía pedidos de todo tipo, desde demandas de ayuda financiera, hasta súplicas de indultos a penas de muerte. Por insólito que parezca su actividad política era tan valorada que hacia 1840 entre los Federales más radicalizados se promovió un movimiento para que en el caso de morir Rosas, fuera ella quien lo sucediera, por ser imprescindible que el gobierno quedara en manos de quien más profundamente conociera los negocios públicos.


Oleo: Prilidiano Pueyrrredon (Obsérvese la diferencia con el boceto)



Pero… ¿cómo era esta Manuelita que en la cuestión Anglo –francesa contra la Confederación, a fin de obtener beneficios en las negociaciones fue llevada a usar sus encantos? Cuán seductora sería que en esa actividad despertó amores apasionados en Lord Howden, en John Mandeville, en el Comodoro Herbert, en el almirante Le Predour, que dejó hombres impresionados y amigos que jamás la olvidarían, carteándose con ella hasta el final de sus vidas, como el barón Marevil, el de Macku y Enrique Southern. Según William Mac Cann, quien lo frecuentó, ella poseía grandes atractivos y disponía de muchos recursos para cautivar a los visitantes y ganar su confianza.

Fue el centro vital de todas las fiestas, un espíritu alegre siempre dispuesto a la diversión. Poseyó su “propia corte” en los jardines de Palermo, donde desarrolló su vida pública, y la fortuna de un “salón” de gente joven. A sus tertulias asistía lo más rancio de las aristocracia federal y algunos sospechosos de ser unitarios.

Como ya dijimos su educación no superó la acostumbrada para las mujeres y, se encuadró en la tradición hispánica de sometimiento a los padres. ¿Fue este respeto el que la mntuvo años en la soledad? ¿El que la hizo llegar a una edad en la cual una mujer era ya una solterona irredenta?

No sólo los diplomáticos europeos aspiraban a llegar a su corazón. Desde siempre había estado Máximo Terrero aguardando. Hijo de don Nepomuceno, amigo y socio de Rosas, se desempeñaba como secretario del restaurador.

Aunque todo el mundo sabía de ese noviazgo, e incluso en ambas familias existía la creencia de que algún día se casarían, ese día jamás llegaba. La situación de Terrero era por demás desagradable, su novia presidía todas las celebraciones a las cuales él no era siquiera invitado. Como vivía en la residencia de Palermo era testigo de los “flirts” entre su amada y los europeos.
Así como todo el mundo conocía que eran novios a nadie se le escapaba que la soltería de Manuela era forzosa.

Don Juan Manuel rechazaba el matrimonio de los jóvenes. Su oposición no era contra Máximo, pretendiente inmejorable, sino contra el casamientote su hija. ¿Qué causas pesaban en su ánimo para justificar semejante actitud? Por una parte el gobernador amaba entrañablemente a su hija, pero con un amor tan egoísta que no podía permitir que Manuela perteneciera a otra persona, por otra, no hay que olvidar el papel político que la joven desempeñaba. De casarse la niña, los secretos de estado se habrían convertido en secretos de alcoba. Eso no hubiera resultado práctico para los fines de gobierno.

En ese estado de cosas esta mujer sobrepasó los 35 años y, para su dicha e infortunio, llegó Caseros.



Manuelita en edad madura



Con la derrota, ella conoció largas horas de angustia, su amor era inalterable y antes del destierro, sufrió mucho al saber que su Máximo, había caído prisionero de las tropas de Urquiza.

Apenas el jefe entrerriano le concedió la libertad, fue a unirse con su Manuela. Ella, contradiciendo una vida de obediencias se casó con él, aún cuando su “tatita” no asistió a su boda, y se negó a vivir bajo el mismo techo con la pareja.

Cuando manuelita le comunicó su decisión de casarse, el viejo de los ojos azules, le respondió que era una “crueldad inaudita”. Rosas exigía en nombre del amor filial, un destino de soltería que Manuela declinó.


Pasados los años, don Juan Manuel, un viejo solitario en el exilio, recluido en su quinta en Southampton, más terco aún de lo que siempre había sido, continuó repudiando la desobediencia de Manuelita y recriminándole el casamiento. Pero, aunque persistía en masticar su veneno, no hacía otra cosa que hablar de sus nietos cuando ellos, terminadas las vacaciones, regresaban a su casa en Londres. De los dos chicos, Rodrigo era el preferido.



Manuela Rosas de Terrero con sus hijos


Sus vidas quedaron marcadas por esa incapacidad para compartir el corazón de “la niña”. La alegría de su hija fue para don Juan Manuel una “crueldad inaudita”[2]. Ella no se equivocó, con Máximo vivió cuarenta y dos años de excelente matrimonio.

La noticia del casamiento fue el acontecimiento del año en Buenos Aires. “La niña” había quedado liberada de la tiranía paterna; su abnegación había terminado.



Quedan algunos puntos para pensar:


Habría que recordar que Manuela repitió la historia del padre cuando se casó con Encarnación. Frente a la oposición familiar, él armó un escándalo, secuestrando a la novia, y avisando que había pasado con ella la noche, que si bien concretó la boda, lo condujo a una ruptura que duraría años.


Manuelita en edad madura


¿Porqué en Buenos Aires, Manuelita relegó a Terrero? Se pueden barajar varias hipótesis



a) miedo a que el despotismo del padre, borrara del mapa al novio.

b) Renuncia a perder las prebendas de las que gozaba esa “estrella del federalismo”

¿Por qué Manuela se rebela apenas llegaba a Inglaterra donde era pobre y desconocida? ¿Se puede deducir que acaso el “carácter práctico” del que habla maría Sáenz Quesada haya sido en realidad una muestra de un temperamento calculador, contrariando la opinión generalizada entre amigos y enemigos de su dulzura y bondad?

La verdad ha quedado en el corazón de los protagonistas.




Foto: Manuelita, ya anciana.





Foto: Máximo Terrero, ya anciano


Nosotros tan sólo podemos asomarnos por la ventana de una vieja fotografía para emocionarnos con esa pareja de ancianos unidos por un inocente ternura


Manuelita y Máximo ancianos





CARTAS PARALELAS

Un hijo es producto de una familia, de sus actividades, de sus deseos, de sus pesares. Don Juan Manuel antes de ser padre fue hijo, y si algo puede disculpar su egoísmo surge de la lectura de las cartas, que presentamos resumidas, donde vemos como repitió con Manuela los manejos culpógenos de los cuales fue a su vez víctima.


Carta de Da. Agustina López Osornio a su hijo Juan Manuel de Rosas en 1819

Mi ingrato hijo Juan Manuel. He recibido tu carta… este día tan celebrado en mi casa por mi marido, mis hijos y mis yernos, y sólo tú, mi hijo mayor, eres el que falta, el porqué tú lo sabrás… Me dices que eres virtuoso, dígote que no lo eres. Un hijo virtuoso no se pasa tanto tiempo sin ver a los autores de sus días, sabiendo que su alejamiento ha hecho nacer en el corazón de su madre el luto y el dolor.
Me dices que un velo cubra lo pasado y que te permita venir con tu fiel esposa, tus caros hijos… y que vuelvan a unirse dos casas que jamás han estado desunidas… Te digo en contestación… que los brazos de tu madre estarán abiertos para estrecharte en ellos…”


Carta de don Juan Manuel de Rosas a su hija Manuela, en abril de 1859

“Mi querida hija me apresuro a decirte que ya no puedes venir a esta casa, seguiré en ella solamente los trabajos que ya no puedo dejar porque están contratados. Con concluido eso, y así que pueda encontrar alguna criada voy a otra parte. Iré a Londres. Y seguiré así de caminante, o de lo que Dios disponga. Tengo mis razones…”


Recordamos que Rosas murió en su granja de Southampton, a los 84 años de edad en brazos de su hija.






DOCUMENTOS



Carta a Manuelita 25 de septiembre de 1851








Carta a Manuelita 14 de diciembre de 1840









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1) Título dado al gobernador de Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas.
2) Conversación entre don Juan Manuel de Rosas y don Salustio Cobo en Southampton en 1860





© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna


Versión para Internet publicado en septiembre de 1993

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